Al-Qanṭara XLII (1)
Enero-Junio 2021, e12
eISSN 1988-2955 | ISSN-L 0211-3589

Nerea Maestu Fonseca

Madrid

CONTENIDO

RARPOPORT, Yossef y SAVAGE-SMITH, Emilie, The Lost Maps of the Caliphs: Drawing the World in the Eleventh-Century Cairo, Chicago-London: The University of Chicago Press, 2018.

En el año 2002 el estudio de la cartografía islámica premoderna ganó una importante aportación tras la adquisición por parte de la Bodleian Library de Oxford de un manuscrito desconocido hasta entonces: el Kitāb gharā’ib al-funūn wa-mulaḥ al-ʿuyūn o Libro de las curiosidades y las maravillas para los ojos. Este manuscrito del siglo XI aúna conocimientos de astronomía, astrología, geografía y cartografía, incluyendo varios mapas y diagramas de los cielos y la Tierra sin modelos precedentes conocidos. Casi dos décadas de concienzudo estudio después, los investigadores Yossef Rapoport y Emilie Savage-Smith presentan este libro en el que se desgranan y analizan cada uno de los aspectos del tratado, partiendo de la previa edición crítica del texto árabe y traducción al inglés que vio la luz en 2014 bajo el título An Eleventh Century Egyptian Guide to the Universe. Si en esta obra ponían a disposición del lector el texto y mapas, ahora se centran en el análisis del texto en su globalidad, integrándolo en el contexto político e intelectual de la sociedad del Califato Fatimí, así como en las tradiciones astronómicas y geográficas desarrolladas hasta entonces.

Dicho tratado -abreviado por los autores como Libro de las Curiosidades- fue compuesto en El Cairo entre 1020-50, llegando hasta nosotros a través de una copia realizada hacia el 1200. No sabemos quién fue su autor ni mecenas, pero, como los autores exponen, recoge el conocimiento que tendría una persona culta de la corte fatimí sobre el funcionamiento del Universo, sin llegar al nivel propio de un erudito astrónomo o matemático.

El tema dominante que recorre todo el Libro de las Curiosidades, y que la estructura de esta reciente publicación ha tenido el cuidado de mantener, es el delicado equilibrio entre el Cielo y la Tierra, dividiéndose en dos libros, el primero dedicado a los cielos y el segundo a la esfera terrestre. La doctora Emilie Savage-Smith se encarga de analizar el primer libro del tratado en el capítulo dos1Los aspectos astrológicos técnicamente más complejos que aparecen en el tratado -adivinación del porvenir mediante la observación de estrellas, elaboración de horóscopos- se tratan en el Apéndice.. Como un teleobjetivo que se va acercando desde los confines del universo, nuestro autor desciende a través de las varias capas de fenómenos celestes -constelaciones, mansiones lunares, planetas, cometas- hasta, finalmente, alcanzar la Tierra donde terremotos y vientos reflejan la intersección de los sucesos terrestres y celestes. Siguiendo esta cosmovisión astrológica, todo lo que sucede en el macrocosmos divino tiene su repercusión en el microcosmos humano y terrestre, lo que permite hablar a la autora de una «astrometeorología» y de una «geografía astrológica».

Sin dar mayor autoridad a ninguna, el autor amalgama fuentes de distintos orígenes. Conoce el corpus ptolemaico, y expone las constelaciones clásicas griegas, pero de igual manera presenta el sistema de asterismos beduino preislámico conocido como ‘anwa, la tradición de origen chino asimilada por persas y árabes de las veintiocho mansiones lunares, y da alguna pincelada sobre los orígenes de la astronomía en la India. Asimismo, incrusta en este corpus elementos de astrología copta y, con especial énfasis, conocimiento atribuido al legendario sabio Hermes Trismegisto. Un aspecto llamativo es que se incluyen dos capítulos sobre cometas, uno de ellos perteneciente a la tradición hermética que solamente se conoce gracias a este tratado. Los cometas -considerados auspiciadores de eventos futuros y motivo de infortunios del pasado- en ocasiones se vinculan a eventos cercanos al ámbito fatimí, como es el caso del cometa al-Hattāk («el destripador») que apareció en los días de la revuelta de Abū Rakwa contra el califa al-Ḥākim. De esta manera, el Libro de las Curiosidades demuestra de forma gráfica la omnipresente influencia del macrocosmos en el microcosmos y que en el Egipto del siglo XI convivieron dos formas de leer las estrellas: una simplificada y popular con otra técnica y matemática.

El análisis de Yossef Rapoport del segundo libro del tratado, sobre la Tierra, ocupa los ocho capítulos restantes, no porque en el manuscrito sea más extenso éste que el primero, sino porque es aquí donde radican los aspectos más novedosos. Los autores hacen hincapié en la preponderancia visual de los mapas en este tratado, pues a diferencia de otros ejemplos islámicos premodernos, a menudo son casi independientes del texto que los acompaña, sosteniéndose por sí mismos. Parece que el tratadista consideraba que un mapa complementado con anotaciones precisas podía transmitir la información mejor que el texto narrativo. El propio título «maravillas placenteras para los ojos» da idea de la importancia del componente visual.

Especial mención merece el enigmático mapamundi rectangular del mundo habitado. Que no sea circular, como es lo habitual en este campo, y la distorsión de las masas continentales hace pensar a los investigadores que se trata de un mapa híbrido imbricado en dos tradiciones. Por un lado, es heredero de una geografía matemática, que tiene sus raíces principalmente en Ptolomeo y al-Jūarizmī, como ilustra la interesante -aunque fallida- escala graduada que recorre la línea del ecuador. Sin embargo, por otro lado, bebe de una tradición geográfica islámica más reciente, más esquemática y abstracta, desarrollada por el grupo de geógrafos del siglo X de la Escuela de al-Baljī. Es como si el autor hubiera querido mantener el modelo tardoantiguo en su concepción, pero a la hora de rellenar el interior, se hubiera decantado por incorporar la información más actual y contrastada de su momento. En este sentido, si el marco es heredero de un posible prototipo tardoantiguo, el interior parece una amalgama de distintos mapas regionales de esta segunda escuela, que da especial importancia a los itinerarios y rutas terrestres más que a plasmar orografías reales. Hay una clara dependencia de Ibn Ḥawqal cuyo tratado se redacta tan solo cincuenta años antes y de quien toma una vasta cantidad de información. Estos rasgos hacen de este mapamundi rectangular un puente entre la Tardoantigüedad y la geografía anterior a al-Idrisi.

El rasgo más contundente que une el resto de mapas del libro es que están trazados desde una perspectiva marítima: el agua es el eje vertebrador sobre el que se diseñan y no la tierra. Una clara jerarquía de mapas de mares, lagos, ríos, bahías e islas articulan este tratado, muchos de ellos sin precedentes previos. Por ejemplo, todos los mapas de ríos, excepto el del Nilo que está tomado de al-Jūarizmī, únicamente se han conservado en este tratado. Frente a la Escuela de al-Baljī, aquí hay un mayor interés por los itinerarios marítimos. El autor opta por la absoluta abstracción, admitiendo que sus representaciones del mar no son precisas ya que la costa es voluble y cambiante y el sistema ptolemaico no satisface las necesidades de quienes navegan en alta mar. De esta forma, Mediterráneo y Océano Índico se pueden sintetizar en un óvalo o Chipre y Sicilia en un rectángulo, eliminando cualquier sentido de proporción, dirección o relación geográfica entre costas e islas. Resumiendo, en El Libro de las Curiosidades se trata de simplificar la representación del espacio marítimo logrando plasmar más información relevante para la navegación que cualquier otro documento medieval hasta la aparición de las cartas portulanas: la precisión es menos importante que la legibilidad y la utilidad.

La lógica marítima del Libro de Curiosidades está directamente relacionada con el contexto y funcionamiento del Califato Fatimí, cuyo poder residía en el control militar de los mares. Así, dependiendo de qué región del mundo se represente, estos mapas expresan diversas ambiciones de los fatimíes: el mapa del Mediterráneo, su centro neurálgico, está inserto dentro de un claro contexto naval-militar más que comercial, mientras que el del Océano Índico expresa unas ambiciones futuras de expansión de su influencia política, comercial y religiosa ismailí por el Sind, China y la costa swahili africana.

La visión del mundo que se plasma es ante todo fatimí, donde la realidad geográfica se deforma en función de los intereses de este Califato. Por ejemplo, el Mediterráneo que se plasma es la densa red de puertos del Mediterráneo Oriental que dominaban, mientras que toda la parte occidental es tratada con mucho menos interés. Los mapas de Sicilia, Mahdia y Tinnis, que eran los tres puntos clave que les permitían monopolizar el comercio con Siria y Palestina, el acceso al Mediterráneo oriental y ser por ende un imperio marítimo, adquieren un significado político. Expresan la inexpugnabilidad del poder califal a través de una visualización de soberanía política, recreándose casi exclusivamente en sus murallas, puertas y fortificaciones. Sus fortificadas costas contrastan con las de un vulnerable Chipre, bajo dominio bizantino, que casi parece invitar al ataque. No es el único ejemplo de mapas con finalidad política fabricados bajo dominio fatimí, como demuestra el mapamundi de seda del califa al-Muʿizz hecho en 964 y que expresaba sus ambiciones de hegemonía universal.

El carácter militar de estos mapas se refuerza por la cantidad de información sobre las tierras enemigas bizantinas que incluyen, como ilustra el mapa de las bahías de Bizancio, repleto de anotaciones que serían muy útiles a un comandante de marina. El extraordinario conocimiento de las aguas y puertos del Egeo y Anatolia reflejan las ambiciones fatimíes: se está cartografiando el espacio del enemigo con vistas a futuras incursiones. Sin embargo, mucha de la información parece haber sido tomada de testimonios de mercantes, lo que va en sintonía con el incremento de la actividad comercial entre el Imperio Bizantino y el Califato Fatimí a partir del año 1000. Por ello, este conjunto de mapas nos da una idea de hasta qué punto ambos imperios compartían al tiempo que competían por el mismo espacio marítimo.

Sin embargo, las ambiciones fatimíes iban más allá de su dominio del Mediterráneo. El Libro de las Curiosidades muestra un conocimiento sorprendentemente familiar de las lejanas tierras de Asia Central, India y África Oriental, por las que se trazan diversos itinerarios. El mapa del Océano Índico y los de los ríos Oxus e Indo muestran varias rutas hacia China. Una de ellas, que surcaba el estrecho de Malaca, había sido empleada en época abasí pero para el siglo XI ya no se transitaba y era percibida como exótica y llena de seres legendarios. De hecho, los últimos seis capítulos del tratado, que se insertan dentro de la literatura de maravillas islámica, describen seres maravillosos que se encuentran en su mayoría en los confines del Océano Índico. Para un funcionario de El Cairo, la ruta marítima hasta China se había convertido en una maravilla del pasado. La otra ruta representada partía de las principales ciudades del Sind, que para 960 d.C. estaba bajo poder fatimí, subía por el valle del Indo hasta el norte de India y llegaba a China atravesando el Tíbet. El itinerario que une las ciudades de Multan, al-Manṣūra y Kannaūŷ es una prueba visual de los vínculos religiosos, políticos y económicos entre Egipto e India. Frente a la Ruta de la Seda, que no aparece en este tratado, los investigadores insisten en remarcar la importancia de esta otra ruta comercial a China en los siglos X-XI, a la que llaman «Ruta del Almizcle».

El mapa del Océano Índico también muestra un inusual conocimiento de la costa africana, trazando una ruta que, desde el Golfo de Adén, iba de Somalia a Mozambique, deteniéndose en islas, algunas de las cuales son nombradas por primera vez aquí, como las Maldivas, Pemba, Mafia, Zanzíbar, y puede que Madagascar, la cual algunos identifican como la mítica isla de Waq Waq. El intercambio comercial entre Egipto y esta región está atestiguada por hallazgos arqueológicos como el Tesoro de Mtambwe y la proliferación de objetos de arte eborario y de cristal de roca que se da en el periodo fatimí. Este tratado se convierte así en material valioso para el estudio de la influencia fatimí en el proceso de islamización de esta región.

Como demuestran los investigadores en varios pasajes del libro, el deseo fatimí de expandir su influencia más allá de sus horizontes geográficos se justifica por la importancia que toman las misiones secretas predicadoras ismailíes conocidas como daʿwah, impulsadas por los soberanos fatimíes desde el siglo IX. Las ideas mesiánicas y de expansión global de esta secta chií habían respaldado la conquista de Egipto y la toma de las ciudades sagradas de Meca y Medina. Los mapas del Libro de las Curiosidades demuestran la importancia estratégica del Océano Índico dentro de esta labor de predicación religiosa. La información obtenida por navegantes y comerciales sería empleada por misioneros ismailíes para estudiar sus zonas de actuación. En este sentido, la propia estructura del tratado comulga con el repetido topos ismailí de hacer analogías entre lo divino y terrestre. Dentro de esta corriente, el estudio astronómico y geográfico es visto como una forma de glorificar la creación divina al examinar cómo el universo se estructura. El interés de la daʿwah en pensamiento esotérico explicaría la inclusión de tanto material atribuido a Hermes Trismegisto y el interés en la cosmología de la India. Incluso, puede que el optar por una lógica marítima más que terrestre estuviera condicionada por una concepción del espacio específicamente ismailí que dividía el mundo en doce islas (ŷazā’ir) en función de los distintos grupos étnicos. Por todo ello, los investigadores sostienen que posiblemente el autor o comitente del Libro de las Curiosidades comulgara o perteneciera en cierto grado a esta red misionera ismailí.

Recapitulando, este libro analiza un tratado que ofrece una visión astrológica del mundo, con una geografía concebida a partir de una lógica marítima y profundamente vinculada al contexto fatimí y a la red misionera ismailí en los que se produjo. Mediante un ejercicio de erudición brillante y complejo, se abre una ventana a la cautivante cosmovisión de la sociedad egipcia islámica del siglo XI, sus empeños y horizontes geográficos.

Este tratado es relevante para la ya muy conocida literatura geográfica de los primeros siglos del islam por la cantidad y valiosa información nueva que aporta y, sobre todo, porque ofrece un enfoque radicalmente novedoso en el concepto y forma de presentar su material. A pesar del largo estudio, algunos aspectos siguen sin dilucidarse del todo, siendo el más polémico la datación del mapa circular tipo al-Idrisi que aparece en el tratado: ¿Toma el autor del Kitab ghara’ib al-funun su mapa circular de un modelo en circulación, lo crea él, o, por el contrario, es un añadido del copista de 1200? Lo crucial de este nuevo libro es que preguntas como estas muestran cómo un manuscrito excepcional puede replantear el discurso sobre el desarrollo de la geografía, cartografía, astronomía y astrología en el contexto medieval islámico. Su trascendencia para la historia de la cartografía podría ser puesta en duda ya que sólo da la imagen del mundo según una concepción de un imperio y una ideología concreta, pero esto resulta aún más interesante si ponemos sobre la mesa que la visión del mundo aquí expuesta desapareció poco tiempo después de la composición del tratado. En cuestión de décadas, esta cultura marítima fue reemplazada por el dominio de las flotas genovesas y venecianas y los bastiones fatimíes tomados por tropas ziríes, ayubíes y normandas. El carácter efímero y único de este tratado lo convierten en algo aún más especial.

Nota

 
1

Los aspectos astrológicos técnicamente más complejos que aparecen en el tratado -adivinación del porvenir mediante la observación de estrellas, elaboración de horóscopos- se tratan en el Apéndice.