Al-Qanṭara XLIII (1)
enero-junio 2022, e14
eISSN 1988-2955 | ISSN-L 0211-3589
https://doi.org/10.3989/alqantara.2022.014

RESEÑAS

Maribel Fierro

Instituto de Lenguas y Culturas del Mediterráneo y Oriente Próximo, CSIC

https://orcid.org/0000-0003-4736-7224

CONTENIDO

Elices Ocón, Jorge, Antigüedad y legitimación política en la Alta Edad Media peninsular (siglos VIII-X), Sevilla, Editorial Universidad de Sevilla, 2021, 504 pp.

El uso que una sociedad hace del pasado nos permite adentrarnos en los complejos procesos -políticos, sociales, culturales- a través de los cuales se busca definir identidades y elaborar legitimaciones tanto de cara a los miembros de esa sociedad como en relación a otras sociedades. Ese uso no suele ser unívoco, sino que debe verse más bien como un conjunto de posibilidades cuya combinación varía en el tiempo y adopta diversas formas según los intereses -nunca homogéneos- que conviven dentro de cada sociedad. Si nos centramos en un territorio específico como la península ibérica, cualquier época que delimitemos -incluida esta en la que vivimos- nos suministrará ejemplos de esos procesos, aunque no siempre tendrán la misma intensidad ni generarán visiones del pasado dotadas de la misma potencia o perdurabilidad. Jorge Elices ha elegido para ese territorio peninsular una época, la Alta Media, que fue especialmente fructífera en generar discursos de legitimación histórica: los ecos de algunos de ellos llegan hasta nuestros días. La elaboración ideológica que analiza cubre no solo la producción historiográfica tanto islámica como cristiana durante los siglos VIII-X, sino también el uso que se hizo de los restos materiales del pasado.

El libro se estructura cronológicamente. La ruptura que supuso la conquista islámica es cubierta en el Capítulo I; los primeros esbozos del discurso sobre la Antigüedad (hasta la mitad del s. IX) son tratados en el Capítulo II; el convulso periodo de la segunda mitad del s. IX constituye el centro de atención del Capítulo III mostrando cómo el pasado se convirtió entonces en parte del discurso político, mientras que el cuarto y último Capítulo analiza los cambios que trajo la época califal. Es un libro de una gran riqueza tanto por la diversidad de fuentes textuales y materiales utilizadas como por el hecho de entrelazar las visiones islámicas y cristianas, en este último caso tanto de los cristianos que vivían bajo dominio musulmán como los que vivían en los distintos reinos del norte. Se podría temer que esos distintos hilos argumentales acabasen enredados y generasen confusión, pero no es así, ya que el autor ha sabido entrelazarlos de manera productiva e iluminadora. Solo habría sido de desear que hubiese dedicado más tiempo a releer el texto en el que a veces faltan palabras, a revisar la transliteración de los términos árabes y a ordenar correctamente las entradas bibliográficas que a menudo no siguen el orden alfabético, por lo que es necesario avisar al lector de que no debe desesperar de encontrar la referencia que necesita, sino buscarla donde menos se la espere (aunque alguna se ha quedado descolgada, por ejemplo, he sido incapaz de encontrar la obra de Puerta Vílchez citada en la nota 1354). Una intervención por parte de los editores responsables de la colección podría haber puesto remedio a estas carencias.

No hay nada que objetar, empero, al contenido del libro, al margen de que algunas de las argumentaciones resulten más convincentes que otras, dado que para varias de las cuestiones tratadas la evidencia que tenemos a nuestra disposición es escasa y fragmentaria, por lo que cualquier conclusión al respecto encierra un grado más o menos alto de especulación. Jorge Elices no intenta ocultar estos problemas, sino todo lo contrario y el lector por ello no se siente manipulado, sino parte de una conversación con el autor al que tiene que agradecer que le suministre una gran riqueza de datos y una ponderada interpretación de los mismos. Muestra así cómo hasta la segunda mitad del siglo IX la Antigüedad no fue apenas un recurso para legitimar el presente y proyectar un futuro ni para los musulmanes ni para los cristianos, si bien se pueden detectar matices y diferencias debidas, por ejemplo, al distinto grado de romanización de los territorios bajo gobierno islámico y cristiano que determinó una mayor presencia de restos materiales antiguos en las construcciones llevadas a cabo en las zonas bajo control musulmán. Los cambios operados tanto en los reinos cristianos como en el territorio bajo el control más o menos efectivo de Córdoba se manifiestan en la segunda mitad del s. IX con un incremento en la producción historiográfica en la que la Antigüedad tiene una notable presencia y en la que ha quedado reflejada la elaboración de un discurso neo-goticista por parte de los reyes de Asturias, discurso para el que se pueden encontrar paralelos entre algunos de los rebeldes andalusíes en una sincronía que merece ser resaltada y explicada como intenta hacer el autor. Esta parte la he encontrado especialmente interesante, a pesar de que discrepo del autor en su forma de entender a los muwalladūn. El siglo X muestra cómo los omeyas se esforzaron por generar una ideología de unidad y homogeneidad bajo su mando que incluyó un innovador uso de la historia y de los restos materiales de la Antigüedad, dando protagonismo al territorio de la península ibérica en su conjunto e incluyendo referencias a figuras como Hércules, Viriato, César, Augusto, Leovigildo, Recaredo y otros, tal y como se refleja en la traducción árabe de la Historia de Orosio y la Historia de los reyes de al-Andalus de Aḥmad al-Rāzī. Es esta última una obra llamativa porque en ella el foco se pone más en el territorio que en un pueblo o en una dinastía. El autor presta también atención a las estatuas y sarcófagos clásicos reutilizados en la ciudad palatina de Madīnat al-Zahrāʾ. Se inclina Jorge Elices a considerar que la función de estos restos materiales fue sobre todo transmitir un mensaje religioso, al estilo de lo que había ocurrido en Damasco con las antigüedades faraónicas allí enviadas, cuyas figuras fueron interpretadas por el califa ʿUmar II (r. 717-720) como seres petrificados por los pecados del Faraón que se había opuesto a Moisés. El autor no deja de mencionar otras interpretaciones que se pueden sustentar en un contexto -a mi modo de ver decisivo-, el del desafío representado por los fatimíes con una especial incidencia en el campo del saber.

Debemos agradecer al autor que haya puesto a nuestra disposición un estudio de una gran riqueza que aborda varias cuestiones ya tratadas previamente introduciendo nuevas perspectivas, plantea nuevos interrogantes y sabe dar respuestas a menudo convincentes y siempre bien argumentadas, reconociendo cuándo la evidencia no es suficiente para llegar a conclusiones seguras y señalando aquellos puntos en los que más estudios son necesarios. Un trabajo excelente, en suma.

Bibliografía

 

Crónica del moro Rasís, versión del ajbār mulūk al-Andalus de ahmad ibn Muhammad ibn mūsà al rāzī, 889-955; romanzada para el rey don dionís de Portugal hacia el 1300 por mahomad, alarife y gil Pérez, clérigo de don perianes porçel, Diego Catalán y María Soledad De Andrés (ed.), Madrid, Gredos, 1975.

Kitāb Hurūšiyūs (Traducción árabe de las Historiae adversus paganos de Orosio), Mayte Penelas (ed.), Madrid, CSIC, 2001.